Un homenaje a Hali: la mejor programadora que conozco
Una historia de desencuentros, códigos y un poco de fortuna
Por lo general yo no suelo admirar a ninguna persona porque nadie me admira a mí, así que se podría decir que soy recíprocamente justo. Aunque esta vez haré una excepción.
Hace unos diez años y tanto comencé a programar, no podría decir que programar es una tarea muy noble, todo lo contrario, me parece una actividad pueril y simplona en el mejor de los casos, normal en el peor. Estas palabras podrían parecer algo engreídas (varios han querido decírmelo pero aún no lo hacen, a mi favor) pero no es para tanto. Mire, escribir código está sobrevalorado por los mismos que lo escriben, eso toda persona razonable lo sabe. Los únicos que admiran a los programadores son otros programadores, o, algunos que no saben programar y quieren unirse al "club". Sea cualquiera el caso es una actividad que quienes lo practican han tenido suerte. Mucha suerte. Y es que hoy es el mejor momento para ejercerla, algunos lo hacen con seriedad y algo de tino, otros con poca vergüenza. Yo estoy en un limbo entre ambas opciones.
Volviendo al tema inicial de este texto. Quiero rendir homenaje a Josefa Hall (desde ahora Hall, mejor Hali, así le suelo decir de cariño). Hali es quizá la mejor programadora que conozco, entre hombres y mujeres y todo lo demás, y he conocido bastantes. Tenga presente que he sorteado varios personajes que se suelen auto llamarse “programadores” aunque no lo son (todavía no se enteran). A continuación paso a enumerar los logros de mi amiga Hali:
Un frágil desencuentro
Una vez tuvo la mala fortuna de tener que arreglar un sistema creado por una persona que pasó de programar JavaScript a Haskell… bueno ya se podrá imaginar el desastre con el que tuvo que lidiar: errores que ni siquiera sabía que lo eran, variables que no eran variables, y alguna función recursiva que nunca se auto invocó a sí misma; podría continuar pero dudo que a Hali le interese que alguien –y menos un amigo– le recuerde algunas de sus pesadillas. La solución de Hali consistió en hablar con el jefe del fulano y lograr que lo despidieran. Una solución razonable y meditada si toma en cuenta todo lo que acabo de relatar. Este fue el primer paso en la carrera de Hali para ser lo que es hoy.
El código que la salvó
Por cuestiones de la vida ella vino a trabajar a una modesta startup en Barcelona (aquí fue donde la conocí). Esta startup tenía la gran virtud de que cada mes despedía a un programador, por tanto, de entrada era un lugar en donde sobrevivir cada mes presentaba un desafío, quizá similar a celebrar el año nuevo o su propio cumpleaños. Hali siempre ha sido una persona responsable así que cuando recibió su primera tarea: “crear un pequeño script que pudiera recopilar información desde distintas APIs para, luego, almacenarlos en una Base de datos local” le pareció una tarea tan trivial como humillante para su nivel. Procrastinó todo lo que pudo hasta que el día que debía presentar sus avances resulta que todavía no había escrito ni un pequeño “if”, nada, nada. Para su fortuna su líder técnico –que de líder al parecer tenía poco y de técnico aún menos– le dijo: “El cliente ha cambiado de planes, ya no quiere la funcionalidad que te pedimos” a lo que Hali, sagazmente, respondió: “Excelente eso mismo te iba a comentar, que no tenía sentido hacerla”. Su líder técnico quedó asombrado por su capacidad analítica por lo cual Hali comenzó a tener mayor respeto y protagonismo en el equipo, mientras sus otros compañeros de equipo seguían escribiendo código que nadie sabía para qué iba a servir.
Cuando la fortuna tocó su puerta
El último logro de Hali es quizá el más sorprendente por su capacidad clarividente. Cuando la startup (la de Barcelona) había sobrevivido a la quiebra y pudo parar de despedir a sus más talentosos programadores, su época de bonanza había comenzado. Hali por aquel entonces escribía casi nada de código, más bien, se relacionaba con clientes. Ocasionó una oportunidad de oro, y es que, para su suerte, le encomendaron ir a cerrar un contrato con una firma grande que necesitaba desarrollar un software a medida para su empresa: este contrato le permitiría a su startup subsistir por varios años más, tantos que, no sería extraño, que ya no se quisieran llamarse “startup”.
Hali iba de camino a reunirse con el CEO de la empresa, pero por azares del destino el taxi en el que iba tuvo un desperfecto. Algo poco común en Barcelona. Aún nadie sabe qué pasó, ni siquiera mi amiga Hali. Comenzó a llamar desesperada al CEO para darles sus excusas aunque sin respuestas, su móvil estaba ocupado. Nerviosa –como es de suponer– siguió intentando hasta que el CEO le respondió y sin mediar una palabra, él le dijo: “Josefa, perdóname, no podré asistir a la reunión por un problema personal, ¿la podemos agendar para la próxima semana?” Hali miró al cielo buscando una respuesta a su felicidad. No la encontró –pues recordó que es atea–, pero su sonrisa no desaparecía de su rostro. Una suerte magnífica llegada en el mejor momento. Y es que Hali siempre ha tenido suerte.
Lo clarividente radica en que un día antes de este intento fallido, el de reunirse con el CEO, estuvo con su equipo y les dijo: “No creo que sea tan fácil firmar el contrato”. Y claro, una vez contó el tema acaecido y el problema que tuvo el CEO, todos quedaron asombrados con Hali: se había ganado un nombre. Alucinante y conmovedor.
Su historia es casi de película –de las buenas, de esas que nunca miro–, tan increíble como cierta, que no podía no dejar de escribirla, necesitaba guardar este pequeño homenaje que, sin duda, lo tomará con aprecio.
¿Cuál es la moraleja? No siempre los mejores programadores escriben código.